Os dejo el texto de mi más reciente publicación sobre El último bosque virgen de Europa, el magazine del domingo de el Diari Ara.
También os dejo el enlace del reportaje en Ara Diumenge, por si os apetece leerlo en catalán
Invierno en el último bosque
Estamos llegando a la parte más nororiental de Polonia, frontera con Bielorrusia. Tras atravesar grandes extensiones despobladas de praderas infinitas, cae la noche a las cuatro de la tarde un treinta de enero. Nos encontramos con la reserva natural del bosque de Bialowieza o como lo llaman los polacos, Puszcza Białowieska. Es el último bosque virgen de Europa.
Cerca del destino, una recta se adentra en la espesura que conduce al pueblo de Bialowieza, de donde toma el nombre el bosque. El termómetro del coche marca -5 º C, nieva copiosamente, los faros del coche alumbran los copos y las siluetas de los árboles crecen hasta el borde de la carretera.
Amanecen blancos los tejados en Białowieża, un pequeño pueblo de aproximadamente 2500 habitantes que se encuentra en pleno corazón del parque nacional. Estamos en el centro de Europa. Aproximadamente doscientos cincuenta kilómetros nos separan de la capital polaca y sesenta kilómetros de Minsk, su homónima bielorrusa. El ambiente es frío, nieva y huele a naturaleza salvaje.
El guía nos espera antes del alba para empezar la marcha. Hemos cargado energías con un desayuno típicamente polaco. Pepinillos encurtidos, fiambres ahumados, huevos revueltos y un buen café con leche. Empezamos la caminata para adentrarnos en el bosque primigenio. La huella del guía marca la senda como si fuera dejando trocitos de pan. El silencio se siente. Es pronto y los animales empiezan a dar señales de vida.
Podemos ver y sentir la profundidad del bosque debido a que principalmente está formado por árboles de hoja caduca como grandes robles centenarios, hayas y abedules. La masa forestal que atravesamos abarca una extensión total entre la parte polaca y la bielorrusa de 141.885 hectáreas de bosque primario. Estos bosques nunca han sido tocados por la mano del hombre. Siguen intactos desde su origen, su evolución depende únicamente de las perturbaciones naturales. Bialowieza comparte el estatus de bosque virgen junto a otras zonas del planeta, como de la selva amazónica, los bosques tropicales asiáticos o africanos u otros de Siberia y Estados Unidos de América.
El área tiene una importancia excepcional para la conservación debido a la escala de sus bosques de crecimiento antiguo. Conserva un complejo muy diverso de ecosistemas forestales de Europa Central y una gama de hábitats no forestales asociados (prados húmedos, valles de ríos y otros humedales). Una de las claves del éxito de este ecosistema es la riqueza de su suelo, derivada de la cantidad de materia orgánica producida por la madera muerta, de pie y en el suelo que conduce a una decisiva alta diversidad de hongos e insectos xilófagos.
Dentro de la gestión de este bosque tienen cómo máxima no extraer madera. Los árboles que talan porque pueden caer sobre carreteras o algún tendido eléctrico son depositados en el suelo para que el ciclo de la descomposición se encargue de ellos. Acostumbrados a los bosques ordenados por el manejo del hombre, Białowieża se muestra desordenado. Los árboles gigantes se distribuyen de manera azarosa, llenos de hongos, muchos descompuestos, otros no soportaron el peso de las últimas nevadas. Comparten espacio con los árboles vivos, ejemplares enormes elevados hasta los cuarenta metros de altura y diámetros que haría falta cuatro personas para rodearlos. En esta zona de los robles más viejos alcanzan una edad de quinientos años.
Los árboles, omnipresentes, parecen estatuas latentes esperando el calor de la primavera para volver a su exuberancia. Una sensación de hogar y verdad lo inunda todo. Sigue el silencio. Caminamos escuchando cualquier sonido que nos despierte el instinto primitivo de rastrear. A lo lejos escuchamos pájaros carpinteros que buscan el desayuno en viejos abetos muertos, golpean con sus picos para extraer algún insecto y algún cárabo lapón, despiden la noche con un sonido que resuena en todo el bosque.
Seguimos la marcha con los sentidos a flor de piel. La temperatura sigue sin subir de los cero grados y son casi las 11 de la mañana. La presencia vital del bosque antiguo lo envuelve todo. El manto de nieve y las hojas de roble hacen el paseo cómodo. La anarquía natural transmite una sensación de extrañeza.
El rastreo se ha convertido casi en un juego: las heces de herbívoros o de algún tipo de mustélido nos entretiene. Es muy importante saber descifrar estas señales para seguir andando de manera certera. Sabemos que, gracias a su conservación, la riqueza faunística de Bialowieza es extraordinaria, con lo que no podemos despistarnos. Seguro que en cualquier momento podemos toparnos con uno de las muchas especies de animales del bosque. Ésta incluye poblaciones sanas de grandes herbívoros como el bisonte, el alce, el ciervo y el jabalí o grandes carnívoros como el lobo, el lince y la nutria, entre otros. Su número de especies es sorprendente. Podemos contar 59 mamíferos, más de 250 aves, 13 anfibios, 7 reptiles y más de 12,000 especies de invertebrados.
Este parque natural es considerado el ecosistema mejor conservado de bosque caducifolio y mixto de Europa. Debido a su valor único, el bosque de Białowieża fue declarado Reserva de la Biosfera en 1977 y Patrimonio Mundial de la Unesco en 1979, también fue protegido por las Directivas de Aves y Hábitats de la UE. Pero por encima de todo es el refugio y cuna mundial de los últimos bisontes europeos (Bison bonasus) que viven en libertad. Y que estuvieron a punto de extinguirse en los siglos XIX y XX.
El bisonte europeo es una especie de herbívoro especialmente adaptado al bosque. Su labor como regulador del ecosistema es notable. Come todo tipo de plantas, cortezas, árboles jóvenes y ramas, con lo que ayuda a moldear y estructurar la forma del bosque. Es el animal más grande de Europa.
Una característica principal en la forma de su esqueleto que, además lo diferencia del bisonte americano, es la disposición de su cabeza. El bisonte europeo tiene catorce pares de costillas y cinco vértebras, mientras que el bisonte americano tiene quince pares y cuatro vértebras. El americano está adaptado a comer en las praderas, donde el pasto está a ras del suelo lo que provoca que su cabeza esté más baja. El europeo, que vive una gran parte del año oculto en el bosque y se alimenta de ramas y arbustos tiene el cráneo más alejada del suelo. Un distintivo de los dos bisontes es su giba o joroba, Siendo la del americano es más grande pero no más alta. Y no está formada de grasa o músculo como se podría pensar, si no que nace del alargamiento de los huesos de las vértebras, ya que han de aguantar cabezas de más de cincuenta kilogramos. Los europeos son más altos y delgados que sus hermanos americanos y con las patas más largas.
Durante el paseo encontramos pisadas de bisonte reciente. El grupo se pone nervioso. Estos animales, que pueden alcanzar los mil kilogramos de peso y medir hasta dos metros, no son animales de compañía. Pueden correr a 35 kilómetros por hora. Milenios de evolución los han dotado de una fuerza y cornamenta suficiente para defenderse de los depredadores. En el paleolítico campaban por Europa en manadas que se contaban por millones de ejemplares. Las pinturas rupestres de Altamira dan fe de ello. Tienen fama de aguantar el tipo, por norma no huyen y si se ven acorralados cargan sin dudarlo, sobre todo si tienen crías. No es significa que sean agresivos, simplemente que hay que respetar su espacio.
Buscamos los claros del bosque donde los bisontes pacen en invierno. El verano suele ser una mala época para ir a observarlos, hay mucha comida dentro del bosque y rara vez salen a los prados/campas. Entre los árboles abundan las hierbas y plantas arbustivas, base de la dieta del bisonte. Gracias a la humedad reinante en todo el complejo, los helechos, musgos y hongos son también muy frecuentes y están representados por decenas de especies.
Mientras atravesamos el bosque, manadas de corzos pasan veloces entre los árboles, posiblemente asustados por la presencia de grandes carnívoros como el lobo. Nos quedamos embobados viéndolos correr sobre la nieve, parece que flotan. La caminata siempre se desarrolla en silencio. La sensación de estar observado es constante.
Se abre el bosque y allí encontramos un grupo de una treintena de bisontes compuesto por hembras, terneros muy jóvenes y machos imponentes. Notan nuestra presencia antes de que aparezcamos en su visual. Todos los ejemplares nos miran, los que estaban tumbados descansando o rumiando se levantan del suelo para no perdernos la cara.
Paralizados, nos quedamos entre emocionados y asustados por el espectáculo. Nos acercamos sigilosamente, los observamos y fotografiamos. El guía nos ordena dejar la distancia de seguridad. Estamos ante una imagen de hace más de 10.000 años. Una escena paleolítica se muestra ante nosotros.